Las películas Sector 9 (District 9) y Nueve (9) tienen algo en común, que no sólo es el dígito en cuestión: ambas proceden de un respectivo corto de 2005, realizado por su director. Sector 9, de Neill Blomkamp, proviene de Alive in Joburg (“Joburg” es la contracción coloquial para Johannesburgo), film de 6 minutos en el que Blomkamp plantea originalmente la premisa de una convivencia con alienígenas en la urbe sudafricana. En cuanto a Nueve, de Shane Acker, su antecedente está en el corto animado del mismo nombre –de 11 minutos, nominado en su momento al Oscar de la especialidad– acerca de un muñeco de trapo que enfrenta a un monstruo que se roba las almas de su gente. Blomkamp y Acker adaptaron y estiraron cuanto fue necesario para concretar –4 años después– los consecuentes largometrajes mencionados, que también tienen en común ubicarse genéricamente en la ciencia–ficción, así como estrenar en Puebla justo en la misma semana fílmica. Y le ofrezco algún dato más de cada una de ellas: Sector 9 está producida por Peter Jackson, el mismísimo Señor de los anillos; y en cuanto a Nueve, calculadamente inició recorrido en el mundo (aunque no fue así entre nosotros) el pasado 9 de septiembre, es decir el 09/09/09. Ambas serán las películas de moda estos días, acompañando –claro– a Bastardos sin gloria.
De esta última, la cinta de Tarantino, hablé aquí mismo recién la semana pasada, mientras que a Nueve estoy por verla. Pero ya me asomé a Sector 9, que de entrada es desconcertante, incluso engañosa, pero que se torna sorprendente en muchos y muy positivos sentidos. Cual se sugirió antes –y corre el año de 1990– tiene que ver con la llegada a los cielos de Johannesburgo de una enorme nave espacial. Veinte años después, el millón y medio de aliens llegados en ella pueblan ya un sector de la ciudad, en condiciones tan precarias (imposible decir infrahumanas) que su “barrio” se ha convertido en un asqueroso basurero, ante el enojo y desprecio de sus vecinos humanos. Se da entonces la orden: hay que reubicar a los indeseados y repelentes langostinos –su mote peyorativo– más lejos: a 200 kilómetros de la ciudad. Las inesperadas consecuencias del intento serán cuerpo y clímax de la película... y merece la pena verlos. (Por supuesto está claro el enfoque: el de un nuevo, sui generis, postmoderno apartheid). Si le gustan la ciencia–ficción y el cúmulo de posibilidades nacidas de ella –algunas, de la triste y perenne intolerancia humana– dele un vistazo a Sector 9, a despecho de los ingratos concepto y mirada que endilga a los aliens en cuestión.
Pero puede pasar que a usted los extraterrestres le caigan gordos, en especial si son tan despistados como para aterrorizar Johannesburgo existiendo Manhattan. Si es el caso, sus opciones fílmicas son otras; por ejemplo, ir a ver a Catherine Zeta–Jones (que además de guapa no siente debilidad alguna por la comida de gato) enamorarse de alguien 15 años más joven, en Mi segunda vez (The rebound). O tal vez acercarse al remake Rescate del metro 123, por el simple hecho de la presencia de dos de los actores favoritos de estos tiempos: John Travolta y Denzel Washington. O aún mejor: pagar su boleto para conocer “el cuerpo de Jeniffer” (tal es el título original de la película) por vía del de Megan Fox, en Diabólica tentación. O incluso privilegiar al cine mexicano, ya sea asomándose a Paradas continuas, de Gustavo Loza; a Oveja negra, de Humberto Hinojosa –ganadora del más reciente Festival de Guadalajara–, o a la que tal vez sea la mejor de las tres: Cinco días sin Nora, de Mariana Chenillo, notable en concepto, en alma y por supuesto en realización (además de que en ella aparece, aunque sólo en un rol secundario, mi super–consentida Cecilia Suárez). ¿Se fijó? Esta columna alude a nueve largometrajes. ¿Por qué será?
