Este miércoles las tres principales fuerzas políticas del estado cerraron sus campañas con la misma tónica de siempre, en medio de acusaciones de compra de votos, de posibles brotes de violencia y con lenguajes triunfalistas que marginan la presentación de propuestas viables y necesarias para poder resolver los problemas que aquejan al grueso de la ciudadanía.
Sin embargo, este proceso electoral no fue convencional, ya que como pocas veces se había observado en la historia reciente del país se puso de manifiesto el hartazgo de la población hacia los partidos políticos, a los pobres resultados que ofrecen los tres niveles de gobierno y al sistema electoral que no permite el desarrollo de contiendas apegadas a valores democráticos.
El verdadero tema que estuvo en discusión a lo largo de estos dos meses que duraron las campañas electorales es si vale la pena ir a votar o no. Si es correcto presentarse a las urnas y anular la boleta como una manera de que le gente muestre su enojo, su desencanto y su insatisfacción hacia los partidos políticos.
La lectura que se debe dar a esta respuesta de la gente es que no se debe reformar el sistema electoral, sino en general todas las instituciones públicas, que no están funcionando para resolver los problemas de la gente y son un obstáculo para la aplicación de la legalidad. En el caso de los partidos se les percibe como entidades que únicamente luchan por el poder político y no para cambiar la realidad del país.
