En una reunión privada con supervisores de escuelas secundarias en Puebla, el secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Rafael Ochoa Guzmán, admitió que los anteriores dirigentes de las secciones 23 y 51 de la organización gremial cometieron excesos y prácticas “desaseadas” para imponer su voluntad.
El líder del sindicato magisterial no hizo sino reconocer una verdad de Perogrullo, pero omitió admitir que ese manejo pernicioso de los líderes seccionales fue sólo uno de los elementos que abonaron a la crisis que vive el SNTE, pues hubo otros factores tanto o más determinantes para detonar el conflicto, como el talante autoritario de Elba Esther Gordillo Morales quien, sin consultar a la base magisterial, impuso el Acuerdo por la Calidad Educativa.
La atención que Ochoa Guzmán está prestando a las protestas del SNTE en Puebla –al grado de operar él mismo el acercamiento con representantes de las bases– es una muestra clara de la preocupación que Gordillo tiene de que la efervescencia en su contra aumente y contagie a los maestros de otras entidades.
Puebla no es, por mucho el único estado donde la rebelión contra “la maestra”, lejos de decrecer, se agrava. Si Ochoa quiere en verdad hacer un ejercicio de autocrítica, convendría que revisara la actuación de los secretarios generales de las secciones 23 y 51 del SNTE, quienes tampoco han dado muestras de apertura y voluntad democrática, pues en los hechos se han comportado más como testaferros de Gordillo que como representantes de sus compañeros.
