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Jueves, 11 de septiembre de 2008
La Jornada de Oriente - Puebla -
 
 

 OPINIÓN  

Santas escatologías

 
Israel León o’Farril

Mientras leía el texto de Solange Alberro El Águila y la Cruz, orígenes religiosos de la conciencia criolla, buscando información sobre los mitos creadores de la nacionalidad en México, entre los que se cuenta el mito de Guadalupe y el fundacional –ése del nopal con el águila y la serpiente–, tuve una revelación cuasi religiosa: aquí y allá se mencionaba el término escatología.

Más adelante sucedió lo mismo con el texto de Jacques Lafaye Quetzalcóatl y Guadalupe, la formación de la conciencia nacional; y con el de Enrique Florescano Memoria mexicana. En todos ellos se mencionaba la palabra escatología. Sin salir de mi estupor, corrí al diccionario de la Real Academia, para confirmar que escatología se refiere a todo lo relativo a los excrementos y suciedades, pipí, popó, punes, mocos, en fin, todo aquello que el cuerpo desecha. ¿Qué demonios tenía que ver con lo sacro?

Más adelante me llevé tremenda sorpresa al descubrir que también se refiere al “conjunto de doctrinas relacionadas con el destino último del hombre y el universo”. La relación entre los dos términos me pareció deliciosamente perversa, y ese escuincle que todos llevamos dentro empezó a elucubrar un sin fin de juegos de palabras. Lo primero que me vino a la mente fue el joven maravilla, ñoñazo patiño de Bruno Díaz en el más ñoño aun programa televisivo basado en la historia del DC Comics, diciendo: ¡Santas Mierdas, Batman! Algo que jamás hubiera aparecido en nuestra sacrosanta televisión, dicho sea de paso.

Claro que no me detuve ahí. En los libros anteriormente mencionados se relacionaba a la escatología con la construcción de la identidad criolla a manos de un tal Bachiller Miguel Sánchez que publicó en 1648 un elogio a la aparición de la virgen de Guadalupe, de nombre tan largo que no cabría en este artículo. Baste decir que basaba su argumentación en que la virgen era la viva imagen de la mujer del Apocalipsis según san Juan. Si releemos ese texto, vemos que la mujer de la que habla habrá de dar a luz al niño, que es Jesús, que será tomado por los ángeles para ser llevado a los cielos, y que el demonio, representado por un monstruo en forma de reptil, ataca a la mujer frustrado por no poder devorar al niño; entonces, los ángeles le regalan a ella un par de alas de águila para que pueda escapar de la bestia. Los investigadores comentan que no hace falta mucha imaginación para encontrar un simbolismo mestizo en esa imagen, mezcla entre el catolicismo y un mito prehispánico: la virgen por un lado y el águila en el nopal devorando a la serpiente por el otro, reptil por cierto que representa al demonio que es vencido. Empezaba el mito de lo nacional, fundamentado en la imagen de Guadalupe que habría venido a evangelizar mucho tiempo antes que los españoles; incluso, que el mismo San Juan la habría profetizado.

Y entonces, el maligno se apodera de mí, y reflexiono maliciosamente sobre el tema. ¿Es pues que el Bachiller realizó todo un prodigio de imaginería escatológica sobre el origen y destino divino de los mexicanos, o es que estaba lleno de lo que la otra escatología analiza? Si se trata de la segunda, la artificialidad de los mitos nacionales caería tan bajo como las excrecencias más detestables del ser humano y toda esa construcción no es otra cosa que boñiga; o quizá nuestro nacionalismo no resiste una brisita y cual ventosidad (oséase gas) se esparce hasta perderse en la nada. Digo lo anterior pues sorprende la facilidad con la que nos hacemos de nuevos héroes en nuestra sociedad, especialmente la televisión. Recientemente, durante las olimpiadas chinas, al ver que nuestros atletas de plano no daban el ancho de acuerdo al nivel de expectativas que siempre manejamos, las dos televisoras se colgaron de las medallas del anfibio Phelps, hasta transformarlo en un dios del Olimpo. De esa manera, hasta un pedacito de las salpicaduras de tal santidad nos cayó. Por supuesto, me refiero a la escatología decente, no a la otra. Algo muy semejante pasó con el criollo Bachiller y sus seguidores, entre los que se cuenta Sigüenza y Góngora: justificarnos en espejismos.

De la misma forma, no se requiere ser muy suspicaz para entender que nos aferramos a cualquier cosa para sustentar nuestro ser mexicano, así sea usurpando conocimientos indígenas y mezclándolos con concepciones occidentales para crear lo propio. Es quizá la máxima representación de la piratería, pues transformamos dos purezas, en impurezas que luego encumbramos en nuestro muy propio adoratorio particular, y terminan siendo purezas.

La reflexión podría seguir y seguir, pero he de controlar al maldoso escuincle que llevo dentro, pues quizá y hasta termino diciendo que la Independencia de nuestro país fue puro pun, y que la Revolución Mexicana se fue directamente a la popó; incluso que Villa y Zapata nomás la hacían de flatulencia y que, como al que obra mal, se les pudrió el conducto excretor. Digo, nomás por aquello del bicentenario y centenario, respectivamente. Podría concluir que este artículo me salió de pura deposición.

 
 
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