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Miércoles, 23 de enero de 2008
La Jornada de Oriente - Puebla - Suplementos
 
 
MEDIEROS
desde los comunicadores
 

Des–usos y des–gratificaciones

 
Ana Lidya Flores

La búsqueda de una oferta informativa radiofónica matutina tras la salida de Carmen Aristegui de W Radio ha planteado a un grupo de escuchas con los que dialogo efectos de rechazo a ciertos programas. Esta segunda parte de una reflexión publicada la semana anterior relata esta frenética búsqueda de “algo que escuchar por las mañanas”.

Mi amiga Gaby me escribió un mensaje telefónico ayer por la mañana: “Hoy extraño a Carmen más que de costumbre, no me gusta del todo Radio Trece. Muy local. Soy una radioescucha puchi”. La misma interlocutora definió el término puchi como una “bonita combinación de desgano con molestia”. Gabriela es egresada de la Licenciatura en Comunicación, y algo sabe de análisis de medios, pues se dedicó a desmenuzar programas informativos para su tesis. Le recomendé que viera Cadena Tres en la televisión por cable, y respondió: “¡Así no se puede empezar bien el día! Esta situación amerita un sentido chale. No tengo cable, es la competencia”.

Lo que ya no permitió la carrera matutina fue que yo le explicara a Gaby que siempre hay algo peor. El noticiario fue un descubrimiento que hice la semana pasada. Forma parte del eje Imagen–Excelsior–Cadena Tres, y es realmente perturbador constatar la manera en que una “cabeza parlante” llamada Francisco puede tener un lenguaje tan homofóbico, clasista e irrespetuoso. El martes pasado lo conocí, y decidí en definitiva que prefiero hacer la ceremonia del prendido de computadora antes que ver esta clara agresión a los personajes sobre los que versa la información.

De manera enfática, declaro que no estoy dispuesta a ver televisión des–informativa. A mis 42 años, no quiero, no puedo claudicar. Los esquemas de análisis son irrenunciables. Lo que inició hace más de 20 años como una tortura para los que me acompañan cuando veo noticias de televisión, ahora es una tortura para mí, porque ni me informo y nada más estoy haciendo corajes con las sutilezas del lenguaje televisivo para descalificar al otro, al diferente, al marginado. Eso es lo que vi en Cadena Tres, y no pienso regresar por ahí. Vale recordar que caí en esa opción porque el Canal Once termina su oferta informativa antes de las 8 horas, para dar paso a la programación dirigida a niños pequeños.

Por asuntos relativos al emplacamiento del auto que uso, éste se ha quedado en casa y en la última semana he compartido trayectos con varios conductores de taxi, y tengo algunos comentarios: a uno le encanta el noticiario de Fernando Canales porque le parece “muy culto, agradable e informado”. A otro le gusta mucho el noticiario de Javier López Díaz, porque “le gusta la manera en que da sus noticias”. Otro, mejor oye música, porque ninguno de los noticiarios de radio le convence.

Venturosamente, este no es un estudio cuantitativo sobre medios informativos. Es la parte final de una crónica sobre un grupo de escuchas que se quedaron sin conductora del noticiario radiofónico. Tampoco es un estudio cualitativo sobre las preferencias de los escuchas que circulan en sus autos. Es la puesta en común de pláticas en el pasillo, por teléfono, o en los círculos que se forman para fumar un cigarro a media mañana. Tengo una manda que pagar: le prometí a mi amigo Ismael que escucharé al inventor del género “noticia ficción”. No sé si me dé la vida para pagar la manda, y casi anticipo que claudicaré en el intento. Lo que me queda claro es que algunos ciudadanos estamos dispuestos a transitar los caminos para evitar que se repita un caso como el que nos ha dejado sin la opción que elegimos. Y por lo que se ve, hay muchos en nuestro caso.

 
 

El TLC en las entrañas de la comunicación

Daniela Parra

Lo sucedido en los últimos meses en el plano comunicacional e informativo de nuestro país no es de ninguna manera coincidencia ni algo nuevo. Sin embargo, sí es alarmante por las dimensiones que ha alcanzado la implementación de políticas de corte neoliberal, ejemplificado claramente en la salida de Carmen Aristegui de W Radio. Estas decisiones, sustentadas por una gran campaña publicitaria de los grandes conglomerados mediáticos, responden a las presiones y necesidades políticas e ideológicas del gobierno en turno, y de las elites que ven afectados sus intereses.

Si bien uno de los temas centrales desde el inicio del año ha sido la entrada en vigor del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio (TLC) a nuestro país, enunciando un futuro oscuro para el campesinado y la soberanía alimentaria, quisiera traer a colación, muy someramente, algunas de las transformaciones que este tratado ha traído en el ramo de las comunicaciones y las industrias culturales. Esto puede ayudar a explicar algunos de los por qué de la situación que vivimos hoy día.

Javier Esteinou realizó en el año 2000 un estudio del impacto del TLC sobre la cultura y los medios de comunicación en México. Siete años después, este diagnóstico no ha cambiado mucho en su esencia.

Una de las más importantes consecuencias ha sido el retiro del Estado como rector de la cultura y la comunicación nacionales, quien delega su dirección a la dinámica del mercado. Esto ha debilitado el modelo de medios de comunicación de servicio público, dando paso al proyecto de mercado con sistemas de información privados altamente mercantilizados. La presencia de la iniciativa privada en cuanto a la propiedad de la prensa escrita es de 90 por ciento, 85 por ciento en las radioemisoras y 66 por ciento en la televisión.

La supremacía del modelo de comunicación comercialprivado propaga una cultura regida por la obtención de la ganancia, transforma los valores que impulsa rasgos de identidad que tienen que ver más con el individualismo, el hedonismo y la competitividad, y con referentes culturales externos a nuestra realidad local.

La comunicación vista como mercancía, ha traído un claro debilitamiento cultural del Estado. Sabemos más del mundo a kilómetros de distancia de lo que sucede en nuestro espacio más inmediato. Y los medios se han encargado de crear todo un consenso ideológico, que cabe recalcar, sí tiene el consentimiento y apoyo del Estado, que logre respaldar y afianzar esas acciones de operación del mercado, aceptándola finalmente. 

Las grandes compañías comunicacionales defienden la libertad de información, más no la libertad de expresión. Al contrario, el proyecto comunicativo y cultural no ha surgido de las demandas de los grupos sociales, sino de las demandas del mercado, que ponen claramente en jaque el proceso democratizador del país. El análisis de Esteinou da un panorama también oscuro de la situación cultural y comunicativa del país, y es por eso que también vale estar a la defensa de la propiedad de los medios en más manos, que logren recabar más voces, que quieran propagar una cultura de la vida, de la sobrevivencia, de la convivencia y la solidaridad.

Referencia: Esteinou, Javier. Industrias Culturales y TLC: Impactos y retos de la apertura. México: Fronteras Comunes A.C., 2000.

 
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