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Puebla > Estado
miércoles 12 de septiembre de 2007

MEDIEROS
desde los comunicadores



Sacar el cobre

Ana Lidya Flores

Ante la desesperación por una reforma que impida a las grandes televisoras capitalizar los recursos de los partidos políticos, una vez más, Televisa y Televisión Azteca unieron sus voces desesperadas para denunciar a los insensibles senadores y diputados que pretenden arrebatar de sus arcas las magníficas cantidades de dinero que en los últimos años han recibido gracias a la moda de sustituir las campañas políticas por multimillonarios contratos de spots de TV.

Los noticiarios que se transmitieron en la noche del lunes 10 de septiembre pasado son de antología. Los desencajados conductores, Joaquín López Dóriga y Javier Alatorre, denunciaron ante sus televidentes el atraco del cual se sienten víctimas. Es muy extraño observar noticias mal editadas en Televisa. Esa noche fue la excepción. La crónica fue tan defectuosa que había lagunas entre las frases a modo, seleccionadas de las argumentaciones de los representantes de los partidos políticos, que se sumaron a la defensa de las televisoras. Tanto así que tuvieron que repetirse los segmentos para dar consistencia al relato informativo.

Como televidente me siento agradecida por el esfuerzo de dirigir tan monumentales carretadas de dinero a otro lugar. No estaría por demás que los defensores de la mediocracia dieran una revisada a las legislaciones europeas para que constaten que allá sí está prohibido el uso indiscriminado de la televisión como vehículo de confrontación electoral. Me quedo con la exhibición pública que hicieron de sus empresas López Dóriga y Alatorre. Como se dice coloquialmente, sacaron el cobre.

Transmisión histórica

La sesión que se llevó a cabo ayer entre las Comisiones Unidas de las Cámaras de Diputados y Senadores, y a la que acudieron los rostros más reconocidos de las empresas alineadas en la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión tiene un calificativo unánime: transmisión histórica.

Entre las 15 y las 17 horas del martes 11 de Septiembre, día histórico por otros muchos acontecimientos, el teléfono no dejó de timbrar: Mensajes iban y venían de los profesores especializados en medios de comunicación y comunicación política. En cortas y breves, el análisis de mis colegas coincide en que no tienen memoria de que las televisoras hayan decidido cortar la señal de sus programas cotidianos para abrir la transmisión a una sesión de esta naturaleza.

Incrédula como soy, tuve que constatarlo: encendí el aparato de recepción que tengo en mi cubículo universitario, y sí. Puedo dar fe y testimonio de que el canal 2 (sí, el de las estrellas) y el canal 13 (sí, el de las maravillas de México) estaban difundiendo el encendido discurso del perredista Pablo Gómez, agradeciendo que por primera vez abrían su señal al gran público y no quedaban restringidos al canal del Congreso, que vale decir, tiene una escasísima audiencia.

Si usted tuvo la oportunidad de verlo, guarde para siempre esas imágenes irrepetibles en su corazón. Me cuenta quien lo vio, que no tuvo desperdicio la intervención de la comunicadora Paty Chapoy, ni el rostro desencajado del más gobiernista de los comunicadores, Pedro Ferriz de Con. Perlas como ésa, sólo en nuestro país: los dueños de los huevos de oro, viendo cómo se les va la gallina que pone tan preciados tesoros. De veras. Una de cal, por tantas y tantas de arena.



Comunicación a prueba

Mariana Peláez Domínguez

“Cuéntame el cuento de las cadenas que te trajeron, de los candados y los viajeros”

Cóntaminame, Ana Belén, 1994

Situación: en la ciudad de Chicago, María y Mariana, dos mexicanas, estudiantes de comunicación de 22 años, llevan tres semanas en la ciudad y acaba de pasar un tornado que las dejó sin luz y un tanto atolondradas. Rose, una mujer de Tanzania de 38 años, es traída a Estados Unidos en calidad de refugiada de guerra por una agente de Caridades Católicas y llega a vivir en la misma casa.

Rose habla swahili y algo de francés, María y yo, español e inglés, y María algo de francés. La primera impresión fueron las sonrisas de ambas partes, africana y mexicana. La mexicana bien dispuesta, como quien abre la puerta y ofrece un taco; la africana, tímida y cerrada, como quien no entiende nada.

Nosotras hicimos la primera pregunta, propia de un mexicano a un forastero: ¿tienes hambre?; la intérprete traduce, y Rose contesta: no, tengo sueño. La llevan a su cuarto y se queda instalada; la intérprete se va, se va la trabajadora social y se va con ellas cualquier posibilidad de interpretar mensajes de nuestra nueva inquilina.

No sabemos casi nada de ella. ¿Tiene hijos? ¿Qué come? ¿Cuánto tiempo esperó este vuelo? ¿En quién estará pensando?

Se me ocurrió que algo seguro en esta situación es que Rose conoce el fuego, el agua, el aire y la tierra; sin embargo, cuando despertó de su siesta y empezamos a intentar algún tipo de comunicación, nos dimos cuenta de que conoce el fuego y seguro que con él cocina, más no la estufa de hornillas de resistencia eléctrica, sin fuego. Conoce el agua, más no las llaves monomando de la tina, donde el agua sale caliente o fría y con una presión alienada, ni una lavadora de ropa y menos de trastes. Conoce el aire, más no el aire acondicionado de donde sale viento helado en medio del verano. También conoce el sol, pero nunca una secadora de ropa. Es un alivio que conozca la tierra y nosotras también, y aunque posiblemente la referencia de tierra que ella tiene sea distinta a la nuestra, la tierra en todos lados se parece; las tres sabemos que la tierra es tierra.

Encontrando un punto en común, salimos de la casa y nos fuimos a sentar en la tierra frente a un lago; así pudimos decir que el pasto es grass, el cielo es sky, el lago lake, su piel es black y la nuestra white. De regreso en la casa, nos enseñó un álbum con fotos de su familia en África y un mantel bordado por ella misma; nosotros le enseñamos unas fotos de familia, con la mano en el pecho: “mamá”, “mi mamá”. Rose dice que me parezco más a mi mamá que a mi papá.

Han pasado unos días, y supongo que para ella han sido más largos que para mí; sin embargo, es satisfactorio ver cómo su sonrisa se tornó abierta y su risa escandalosa; es algo alegre escucharla cantar por la casa y verla cocinar tan confiada; sin embargo, los primeros días de intentar comunicarnos fueron una situación muy frustrante.

Posiblemente más de un profesor tenga la respuesta, pero que yo recuerde (aunque siempre malrecuerdo), ningún autor de ningún libro o teoría de la comunicación me podría haber sacado de este particular aprieto. No con esto digo que estén de más, o que no disfrute entendiéndolos, sino que simplemente esto demuestra que la comunicación es mucho más grande que nuestros alcances, por lo menos hasta ahora, que somos jóvenes estudiosos de este enorme, viejo y complejo milagro, padre de todas las convenciones sociales que es la comunicación.

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