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Puebla > Cultura
miércoles 29 de agosto de 2007

El arqueólogo Eduardo Merlo impartió cátedra sobre la interculturalidad en Puebla

Yadira Llaven

El arqueólogo Eduardo Merlo impartió una cátedra, el fin de semana, en la conferencia “Puebla en la interculturalidad”, actividad central del XXI Foro de Especialis-tas Universitarios en Lenguas Extranjeras (FEULE), que tuvo como sede a la Uni-versidad Autónoma de Puebla (UAP), en donde habló sobre los valores industriales de la Angelópolis, su planificación y traza perfecta, su diferente carácter en comparación a las otras ciudades de la Nueva España, y la fama que tiene su población de “chocantes”, ganado por considerarse como los únicos descendientes directos de los españoles.

“Puebla es una ciudad que tie-ne su propia personalidad, que a diferencia de otras, no estuvo fun-dada encima de una ciudad pre-hispánica, y eso le dio un carácter distinto en la construcción de la Nueva España”, explicó el especialista a La Jornada de Oriente.
Esta situación de superioridad influyo en el carácter de sus habi-tantes sucesivos, por lo que, “siem-pre se creyeron que son españoles, cuando ha sido una ciudad de mes-tizos, porque la influencia indíge-na fue mayoría”.
En torno a la creación de la ciudad, el maestro Merlo explicó la importancia de su traza renacentista, su planificación perfecta con manzanas bien alineadas, “orientas para que el frío no en-trara a sus calles, lo que también la diferenció del resto de las ciudades de la Nueva España, porque ninguna otra fue diseñada con estas condiciones y normas del renacimiento”.
El investigador del INAH ex-puso que el valor de la industria llegó a Puebla como otro de los elementos traídos de España, los cuales modificaron la manera de trabajar y producir como fue el caso de los talleres de telas; “esto permitió que los poblanos fueran los primeros en toda América en trabajar en serie, volviéndose un emporio textilero que conservó du-rante mucho tiempo, hasta el si-glo XX”.
Esta situación se repitió con la cría de cerdos, que le dio a la ciudad el privilegio de producir ja-mones y derivados que eran distribuidos en todas partes del país. “Así es que los arrieros llevaron en sus mulas estos alimentos que no se echaban a perder a lugares como Zacatecas, que le dieron pro-yección a la Angelópolis”. Y lo mismo pasó con los carruajes y la domesticación de animales pa-ra tirar de las famosas carretas que llegaron en barco desde la madre patria.
Mencionó a Sebastián de Apa-ricio como inventor de las carretas y amansador de animales de tiro, lo que significó el crecimien-to de otra gran industria, a tal gra-do que de las ganancias que el ar-tesano logró manufacturándolas, “sirvieron para patrocinar los ca-minos: Veracruz-Puebla, Puebla-México, México-Zacatecas, sien-do Puebla el lugar de donde salio la red de caminos más importantes de la Nueva España”.
A Puebla –de la misma forma– llegaron los primeros árboles de fruto del mediterráneo, manzanas, peras, ciruelas, chabacanos, inclu-so los primeros olivos, pero no prosperaron aquí, sino en otras partes de México, “pero siempre se privilegió a Puebla por encima de las otras ciudades, lo que permitió que la gente se sintiera más importante que los demás, reflejándose en la arquitectura de sus casas ricas, las iglesias lujosas, los conventos famosos por su invención gastronómica (el mole y los chiles en nogada), y considerándose la segunda ciudad más im-portante la nueva España”.
Hasta en el viejo mundo se ha-blaba de Puebla, aseveró el ar-queólogo, en donde ubicaban a la Angelópolis como la ciudad rica y fabulosa, “porque llevaban las noticias del dinero que corría, del comercio que competía seriamen-te con la ciudad de México, por eso los habitantes pedían que la capital se trasladara a Puebla, lo cual nunca fue posible, pero el simple hecho de la demanda da-ba una idea de lo importante que se sentía la gente”.
Entonces, la importancia, dijo, “redundó en la chocantería, porque creíamos que no éramos par-te de la indiada. Se formó un ca-rácter en la población que empezó a chocar con otros partes del país, y le dio al estado una fama de sangrones y soberbios; por eso, gente de otras región nos dicen que somos fanáticos religiosos, al-taneros, y aunque queda gente así, ahora somos una metrópoli abier-ta a todas las costumbres, con un alto porcentaje de población originaria de otras entidades y países”.