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Puebla > Cultura
jueves 16 de agosto de 2007

PARIÁN Y BARATILLO

Y sin embargo, se mueve

Sergio Moisés Andrade

Hace un par de días el barbudo Fidel Castro llegó a la friolera de ochenta y un años cumplidos. De su reciente enfermedad y postración ya ni quien se acuerde; el comandante ha sobrepasado una prueba más y todavía le quedan algunas en su cartuchera.

Nosotros, que en nuestras juventudes lo veíamos casi como un dios, no podemos más que sorprendernos ante la vitalidad del viejo ex combatiente revolucionario, aunque ahora nuestra admiración sea más por la constante afirmación de su yo perenne que por su contribución al cambio tantas veces postergado. Corriendo el riesgo de que nos podamos enfrentar al fusilamiento ideológico de amigos, contlapaches y ex camaradas tenemos que decir que esa famosa transición al socialismo sólo quedo en los sueños de una generación y que a la larga Cuba caerá dentro de la economía de mercado. Ni modo, qué se la va a hacer.Aún así, parafraseando al autor norteamericano Arnold J. Bauer, y remitiéndonos a su espléndido libro “Somos lo que compramos”, podemos afirmar que si bien no estamos de acuerdo en todo lo que sucede en la isla caribeña, dominada desde hace poco menos de cincuenta años por la familia Castro, el día que muera Fidel lo vamos a extrañar como si fuera alguien de la familia, argumentando nosotros que lo será sobre todo por sus afamados gustos de bon vivant.

En una colaboración anterior decíamos que el comandante gusta excesivamente de los quesos y que de hecho es el primer propagandista del lácteo manjar, razón por la cual esta industria ha tenido un crecimiento notable en su país. Junto con este gusto, no podemos olvidar las imágenes en las cuales no soltaba el habano ni para respirar, a menos que estuviera sometiendo a la muchedumbre a uno más de sus larguísimos discursos, motivo único por el cual dejaba entonces de fumar. Y hay que creer que eran de las mejores marcas.

Otro gusto, aunque no forzosamente clasificable dentro de los nice, sería el de su pasión por la pelota, es decir, el beisbol, deporte donde las habilidades de los cubanos sobresalen grandemente. De hecho, si no fuera por las restricciones acordadas por la revolución, la afluencia de jugadores de la isla hacia las grandes ligas sería de tal magnitud que muchos players gringos, y de otras nacionalidades, serían desplazados del juego que consideran como propio. No podemos imaginarnos lo que sería el beisbol de las grandes ligas con la contribución de los toleteros y serpentineros cubanos, aunque las pocas muestras de su talento se ven a diario en los diamantes gringos. Y cómo olvidar aquel lineup de los “Pericos” de Puebla conformado por Oscar Rodríguez, Daniel Morejón, “Musulungo” Herrera y demás compañeros, comandados por su paisano Tony Castaño. Ese sí era equipo y esos eran tiempo en que había un respeto por las diversiones de la gente, esto es, por tener una gama diversa de entretenimiento que diera satisfacción y solaz esparcimiento a todo mundo. Caso contrario a lo de hoy, en que el balompié ha llegado a acaparar absolutamente todos nuestros espacios y tiempos; como ejemplo de lo dicho, podemos decir que es increíble revisar la prensa y constatar que la noticia más importante para los diarios deportivos mexicanos haya sido la “gran actuación de Gío” –ya aprendimos a poner apocopes como los gringos– que la hazaña que significó romper el récord de cuadrangulares en grandes ligas por parte de Barry Bonds. No hay comparación alguna, pero los medios prefirieron darle prioridad a la noticia de que un mexicano –brasileño metió un gol ante unos ratones chinos, que destacar el logro del negro jugador de los Gigantes de San Francisco. Ya veremos lo que dicen cuándo al tal Gío lo bajen de su nube más pronto que rápido todos los feroces hispanos.

Para finalizar y no alejarnos más del tema, desde aquí le mandamos un mensaje al comandante. Que disfrute su vejez, que le siga produciendo piedritas en el hígado a los hijos de Bush y gusanos que los acompañan, pero que también ejerza su gran influencia para que la transición inevitable en la isla se de en los términos que mejor convengan a un pueblo luchón, que cansado de esperar puede resultar un león indomable.