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Puebla > Cultura
viernes 13 de julio de 2007

En México, el sistema y los prejuicios impiden el crecimiento como artista: Mario Guevara

Aldo Bonanni


Portada del nœmero 1 de la miniserie Red blood run, de Bloodrayne, publicada por Digital Webbing

Mario Guevara es uno de los dibujantes más prolíficos y con mayor calidad de México. Tiene casi 40 años, y más de la mitad de los mismos los ha pasado dibujando profesionalmente. Nacido en Pénjamo, Guanajuato, en 1968, fue criado por y para la historieta mexicana. Recientemente su nombre comenzó a figurar en los catálogos del cómic estadounidense, gracias a su colaboración en el trazo de Bloodrayne, de Digital Webbing. En entrevista con La Jornada de Oriente, Guevara, quien resaltó que el sistema y los prejuicios de muchas personas impiden el crecimiento de un artista de comics en México, platicó sobre los trabajos que tiene actualmente, tanto en México como en Estados Unidos, y sobre su trayectoria en general, desde sus modestos inicios en el Bajío.

“En esa época (principios de los 70) y en este lugar (Pénjamo) había unos lugares en el mercado”, cuenta. “Una mesa con sillas; la mesa estaba repleta de historietas; eran lugares en los que por 50 centavos te alquilaban una historieta. Yo recuerdo algunos títulos, pues así empezó mi interés por aprender a leer. Un peón de mi padre pasaba por mí a la escuela, y antes de llegar a la casa se sentaba a leer Kalimán, pues salía todos los días. Entonces, para no aburrirme, hacía yo lo mismo; no sabía leer, pero veía los monitos, estaba yo en primero de primaria. Ahí se podía leer toda la colección, desde el número 1 de Kalimán, el Águila solitaria, Kendor, Batu... algunas de Novaro que no recuerdo el nombre, y por supuesto Mortadelo y Filemón y Zipe y Zape, Hermelinda linda, Aniceto Verduzco, las minis de terror... el trabajador de mi padre leía Kalimán y El libro policiaco, también El libro vaquero, que según entiendo se llegó a sacar un millón y medio de tiraje semanal. Casi no había de superhéroes, y cuando conocí algo llamado Supercómic, no me gustó tanto”.

–¿Cómo, cuándo, dónde empezaste a dibujar? –se le preguntó.

–Yo siempre que salía del colegio me iba al mercado a ver historietas –respondió–. De vez en cuando compraba alguna y trataba de copiar algunos dibujos. Veía yo tantas películas y repetidas que se me grababan poses y secuencias. Ahora ya no tengo tiempo de ver tantas películas, pero me ayudaron mucho. Me las ingeniaba para que de lo que me daban para gastar siempre tuviera para comprar el Kalimán, que costaba un peso, y hasta a veces Hermelinda linda y Aniceto Verduzco. No me dejaban comprar el Simón Simonazo, que porque era muy grosero. Seguido teníamos crisis de dinero, y entonces saliendo de la escuela me iba a los basureros a recoger revistas usadas y toda clase de envoltorios que tuvieran dibujos. Por supuesto, guardaba todo eso en mi cuarto a escondidas. Para entonces tenía entre ocho o nueve años. En una ocasión hubo un concurso de dibujo en la escuela, y me pusieron a mí a dibujar; gane el concurso; era el orgullo de mi casa; bueno, de hecho decían que era lo único que más o menos me salía bien. Me llevaron bien catrín a Guanajuato, la capital, para representar a Pénjamo. Para entonces me habían comprado un ajuar nuevo y unas temperas de la Vinci, que era lo más sofisticado. Recuerdo bien que nos pusieron en fila y las mamás en otra; había un niño de Silao que se distinguía por ser el más humilde de todos. Incluso no traía ni zapatos ni camisa, en serio, andaba veraneando, y además ni su mamá lo acompañaba; había unas mamás de unos niños que presumían que sus hijos eran descendientes de no sé qué artista. Nos pusimos a dibujar, y poquito a poquito se rumoraba quién iba a ganar: el niño veraniego. En unos cartones que parecían papel en que envuelven las tortillas y un lápiz todo mordido estaba dibujando unos caballos con sus sombritas y toda la cosa. ¡Qué bonitos estaban! Regresé y seguí dibujando mis palmeras con Vinci, pero ni a veinteavo lugar llegué; curioso, me acerqué al niño, que lo acompañaba su maestra. Todas las demás mamás con sus aspirantes a Miguel Ángel y descendientes de Diego Rivera se habían ido. Yo tenía que preguntar cómo es que aquel niño dibujaba tan bonito, y pregunté, a lo que la maestra me contestó: “A este niño desde los cinco años lo han enviado a cuidar las chivas y las vacas al cerro, a pastear, pues, y el niño, para no aburrirse, se ponía a dibujar lo que veía: chivas y vacas. Como no tenia lápiz, dibujaba en la tierra con el dedo o un carrizo”. Yo quería dibujar como aquel niño, y pensé: si ese niño aprendió a dibujar en la tierra con el dedo, que no aprenda yo con libreta y lápiz... Mientras, seguía creciendo mi stand de basura de mi cuarto y mi afición por dibujar. Llegué al extremo de que se me prohibía que porque me enajenaba, y que además eso no tenía porvenir. Recuerdo que me preguntaban: “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”, y yo les contestaba: “Dibujante de historietas o de a perdis presidente”. Les daba mucha risa, pero era en serio. Qué bueno que no fui presidente.

Al proseguir con su relato, Guevara describió parte de la incomprensión que un artista puede llegar a padecer en México: “En Pénjamo aún consideran a los dibujantes personas a las que les gusta perder el tiempo, unos vagos o locos, y si les dices que hay gente que vive de eso o es famosa te dicen que son americanos o europeos, o alguien como de otro mundo, como si tuvieran cuatro manos, dos cerebros y ocho ojos. Para que te consideren trabajador tienes que traer callos en las manos y los zapatos llenos de lodo. Mi abuelita me quería mucho, y ella también llegaba de repente con más basura para la colección, por supuesto a escondidas. Un día llegué a mi casa, me metí a mi cuarto y... ¡horror! Todo estaba limpio y en orden. ¿Y mi basura? Obviamente, la tiraron. Chillé mucho, y prometí jamás volver a dibujar”.

Pero no cumplió con su promesa. El ahora dibujante regular de la revista El pistolero narró, a continuación, cómo recibió sus primeras enseñanzas formales y cómo consiguió entrar profesionalmente al medio:

–Un día llegó mi papá, que por cierto era un señor chicano de 70 años de edad, con el pelo envaselinado y los brazos tatuados, con la colección de 12 números de la enciclopedia del Selecciones del reader’s digest, y me dijo con su acento extraño: “Señor (él me hablaba de usted), le gusta dibujar, ¿verdad?. Póngase a dibujar”, y a partir de aquel día dibujé cuando menos una o dos paginas de ilustración del Selecciones. Así, a los 10 años, mi papá me compró un curso por correspondencia de Estados Unidos, el Continental school, y además me prometió que cuando lo terminara me iba llevar a conocer la ciudad de los dibujantes. Supongo se refería a Disneylandia, y lo terminé cuando tenía 14 años. Un mes antes mi padre se murió de una embolia. Cuando terminé el curso yo me creía ya todo un profesional. Claro, me faltaba mucho. Ya no volví a la escuela. Ahora me arrepiento, creo que hubiera podido hacer las dos cosas: estudiar y trabajar. Miré un anuncio en el Sensacional de terror que decía: “Se necesitan dibujantes profesionales para trabajar”. Y yo era profesional. Eso pensaba. Me fui al DF. El taxi me bajó en el metro Revolución, y así caminé preguntando hasta Serapio Rendón. Un mes antes yo había preparado una historieta completa, de 80 páginas, a tinta china y del tamaño de la historieta, chiquita ,no sabía que se reducía de tamaño y la original tenía que ser lo doble de grande. De hecho, yo pensaba que luego me la iban a comprar, y hasta planes tenía de qué hacer con el dinero. Pero, oh, sorpresa, me faltaba mucho. Me entrevisté con Mary Delgado, la jefa de Producción de Ejea, y cuando me vio con mi camisa de cuadros y botas creo que le causé gracia. Más cuando abrí la boca. Con mucha amabilidad me sentó en un sillón, vio mi historieta chiquita. Cartón por cartón los iba poniendo boca abajo, y me dijo cuando terminó: “Niño, regresa en cinco años”, a lo que yo le contesté: “Yo vine a buscar trabajo, y no me muevo de aquí hasta que tú me des trabajo”. Jamás mandó traer a los de seguridad, y me dejó que toda la tarde estuviera ahí, sin dirigirme la palabra. Cuando vio que de verdad no tenía intenciones de irme, le hizo una señal a un dibujante, Manuel Martínez Navarrete, y le dijo: “¿No lo quiere para que le ayude en algo?”. El señor vio mi trabajo y dijo con toda caballerosidad: “Tiene estilo, pero hay que pulirlo”, y me dio su dirección, y yo apunté atrás de un cartón la dirección y el teléfono. Salí del lugar como entre nubes y pensando “ya la hice”. Regresé a mi pueblo y empecé a preparar mis cosas. Mi mama pensaba “ya se le bajó la idea”, y preguntándome “¿qué estás haciendo?”, le contesté: “Me voy a México, a trabajar”, y ella: “Qué, ¿te dieron trabajo?”. “Sí, y voy a trabajar con el dibujante de Fantomas”. “¿En serio?”. “Sí”. Todo lo que yo decía era en serio, pero nadie me creía, y me fui. Así empecé.

–¿A quiénes admiras por su trabajo como ilustradores?

–Considero a Rafael Gallur como el mejor dibujante de México. A Alex Niño, Gene Colan, Joe Kubert, John Buscema, Moebius, George Bess, como los mejores del mundo, en lo que yo he visto y en mi criterio muy personal. A Sixto Valencia y Humberto Ramos, los más famosos, y a Roberto Castro el peruano y yo los que más hemos producido en México en los últimos 20 años. A lo mejor también los que teníamos más hambre.

–Yo vi tu trabajo por primera vez en una revista de las que algunos suelen llamar “sensa–porno” o “porno–cómic”. Mucha gente desprecia este género, que es de lo más común en México, pero tú no. ¿Qué piensas de ello?

–Yo veo la historieta de México como una distracción, es como ver a Facundo. Y creo que cumple su objetivo. Por desgracia, el sistema y los prejuicios impiden el crecimiento como artista en México. Por ejemplo, en Estados Unidos nos llaman artist; en México, dibujantes, o nuestros familiares nos presentan como: “Es pintor”. Y cuando les preguntan: “Qué pinta” sacan otro tema de conversación. En Estados Unidos te dan más tiempo para dibujar y te pagan mejor; te motivan; te dicen cosas para subirte la moral, como: “That look great, fantastic, you are the best, thanks for work whit me”. Obviamente no te crees todo, pero sabes que se te aprecia.

–¿Cuándo tuviste tu primer contacto con el cómic estadounidense?

Yo empecé a buscar trabajo en Estados Unidos porque en México me quedé sin trabajo. Entonces empecé a mandar muestras por internet y empezó a caer chamba.

–¿Cuáles son tus planes para el futuro inmediato?

–Cumplir con el contrato de dos años de dibujar El pistolero cada 15 días, el número 3 de Bloodrayne, sacar del refrigerador a Scatterbrain (de Markosia comics). Mother lode (novela gráfica de la guerra civil estadounidense), otra página. Hago una a la semana. Cuando termine eso seguirle con Black dead, de Lawyer dog. Terminar el storyboard de una película, seguir con mis clases de Photoshop, y lo que vaya saliendo.

–¿Qué le aconsejarías a los dibujantes jóvenes?

–Que no dejen la escuela por trabajar. No se drogen. La droga y el alcohol merman los deseos de superación. Yo fui drogadicto a los 14 años y lo dejé para dedicarme a dibujar. También que estudien inglés y computación, pues son de primera necesidad, y que no importa que tu mamá te lleve a comprar 5 mil pesos de artículos de dibujo a Lumen. Nunca vas aprender si no estás dispuesto a dibujar cuando menos dos horas diarias si es que no eres profesional, y si eres profesional, unas ocho está bien. Si tienes ese don, cultívalo, y si no estás dispuesto, dedícate a otra cosa. A lo mejor, presidente.

Dónde ver el trabajo de Mario Guevara

*Mario Guevara está encargado del taller de ilustración del estudio de animación Film SFX, gracias al cual fue posible contactarlo para esta entrevista. En la página del mismo es posible ver parte de su trabajo con Bloodrayne, en el enlace http://www.filmsfx.net/index.php?option=com_zoom&Itemid=23&catid=3

*El número 1 de la miniserie Red blood run, de Bloodrayne, de Digital Webbing, está disponible para comprarse en el enlace http://www.digitalwebbing.com/store/bloodrayne.html

*El pistolero, de Editorial Mango, está disponible en puestos de periódicos cada 15 días.