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Necesito decirte algo: me tienes profundamente abstraída. Te pienso a cada instante en callada obsesión. Miro tu rostro en cada persona que atraviesa mi camino. Imagino tu sonrisa amplia y franca en las bocas que pasan a mi lado. Delineo tu cuerpo con mis manos coloreas.

Te busco en lugares secretos. Me invento un lenguaje para dos. Los sonidos son susurros a mi oído. ¡Vivo como si fuera tú! ¡Me apelas como si fueras yo! No logro de-limitar dónde empiezas y dónde termino. ¡No sé si soy tú o eres yo!

Te sueño en mis ojos. Me advierto en tu mirada. Penetro en tu ser por el aire que respiras y salgo del mío por la ilusión que me alientas. ¿Dónde estás cuando volteo y no te veo? ¿Dónde te escondes en este laberinto al que, al menos una vez en la vida, todos los seres humanos entramos? ¿Dónde te encuentro sino en mi espejo?

Quizá soy tú. Seguro eres yo. A veces bestia, a veces ángel. Te miro y me revelo. Me miro y te develo. ¿Somos dos? ¿Eres mi amor, o mi miedo, mi carencia y mi mezquindad?

Y en la confusión de ti y de mí, sale “la otra”. La testigo de esta lucha insondable e infinita entre tú y yo. La que no se altera. La que percibe sin sentir y mira sin pensar.

La que fluye con amor. La que es dos y es “otra”.

Ella, la conciencia, nos llega después de atravesar el laberinto. Nos vuelca hacia nuestro interior por el lazo que une al mundo. Sabe que lo que llevamos dentro es lo único que existe.