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Puebla > Cultura
viernes 8 de junio de 2007

Por el mercantilismo, está en riesgo la festividad de Corpus Christi: académico

Yadira Llaven

El centro de la Angelópolis –en específico las calles que circundan la plazuela del Parián y el Teatro Principal– se colmó del colorido de los panzones, mojigangas, grotescos peleles, enanos cabezones, muñecas de cartonería, caballos de palo, tarascas y una gran variedad de mulitas hechas en palma, papel y barro para celebrar el jueves de Corpus Christi, festejo católico que llegó en el año de 1521 a México como una de las principales formas de evangelización de los indígenas.


El centro de Puebla se colmó del colorido de los panzones, mojigangas, enanos cabezones, muñecas de cartonería y una gran variedad de mulitas para celebrar el jueves de Corpus Christi / Foto: Abraham Paredes

De acuerdo con José Juan García Celestino, quien tituló su tesis de maestría El ritual del gozo y el poder: la fiesta de Corpus Christi en la Puebla de los Ángeles en el Siglo XVII, esta celebración surgió desde el siglo XIII en las inmediaciones de Cádiz, España, y centró su festejo en la exaltación de la Eucaristía, es decir, “fue creada por la iglesia católica para contrarrestar la entrada del protestantismo en aquel país”.
“La festividad de Corpus Christi fue una herramienta de contrarreforma de aquella época; fiesta que llega a América como una de las principales formas de evangelización; varios cronistas hablan del Corpus como la integración de los indígenas al catolicismo sin que se dieran cuenta, ya que lo realizan a través del lenguaje musical y el artístico”.
El maestro García, docente de la Escuela de Artes de la UAP, explicó: “Corpus Christi era mucho más que una fiesta litúrgica de la iglesia, era un acontecimiento en que, como en otras festividades, participaban y aparecían reflejados todos los niveles de la sociedad; sin embargo, también era un conjunto peculiar de pensamiento religioso, demostración de poder, representaciones artísticas y manifestaciones populares cuya riqueza formal, auditiva y conceptual no ha sido suficientemente explorada de forma interdisciplinaria”.
“Su difusión y aceptación en toda la Cristiandad significó un largo proceso político, social y cultural. En el Nuevo Mundo, las formas festivas se sustentaban en la tradición medieval hispana, pero configuraron su propia fisonomía hasta llegar a lo que conocemos”.
Pasó el tiempo y obviamente la forma de celebrar la fiesta es distinta a lo que vemos hoy, en ese entonces el festejo era encabezada por una enorme procesión, en la cual participaban gremios, cofradías, las órdenes religiosas y el cabildo religioso y civil.
De la misma manera, señaló, “antes había voladores –danzantes–, el juego del palo encebado, la ensartada de sortijas, el estafermo, que son de herencia medieval y que se legaron a los indígenas y después a los mestizos”.
En el caso de la integración de las mulitas a la festividad, explicó que representaban el diezmo de los indígenas a la iglesia, “porque no tenían dinero y preferían dar su contribución en especie con mulitas, gallinas, frutas, frijol, maíz y otras semillas”; aunque reconoció que también hay otro tipo de explicaciones sobre este tema.
De los panzones, de reciente introducción al festejo, dijo que satirizan la pugna entre los ricos hacendados y los campesinos: “los charros panzones encarnan el poder ejercido sobre los más débiles”.
En la actualidad, consideró, la fiesta se ha transformado y va integrando nuevos elementos –como el chupacabras con la cara del ex presidente Carlos Salinas de Gortari–, politizándose y reflejando la situación que vive el país.
Por otro lado, consideró que la fiesta ha cambiado por razones comerciales, “ha introducido elementos del consumo y ha dejado a un lado los juegos y juguetes tradicionales; los que quedan son los panzones, las muñecas que llaman Lolas y que se atribuyen a una bailarina del siglo XIX, los diablos, y últimamente las tarascas”.
“Ahora, la fiesta de Corpus se ha vuelto urbana y la gente que la vive es principalmente de los barrios de La Luz, El Alto, la zona de San Roque y algunos que llegan del sur porque saben de la celebración, pero no más allá del primer cuadro; la ciudad es tan grande que pareciera que tiene muchos territorios autónomos, fragmentados en lo social, económico y cultural”.
Ante esta notoria transformación, advirtió, “se corre el riesgo de que pierda su esencia, aunque va adquiriendo otra; por eso insisto en que la vitalidad es compromiso de la gente y no de las autoridades civiles o eclesiásticas, y menos de las culturales, a las que nunca les ha preocupado”.