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Puebla > Cultura
jueves 31 de mayo de 2007

PARIÁN Y BARATILLO

“Pedrito’s way”

Moisés Andrade

No puede ser de otra forma; inminentemente lo propio de la naturaleza de cada uno termina por imponerse. Quien siempre ha sido un bellaco no tiene las facultades para transformarse en un caballero. Quien siempre ha transgredido la mínimas reglas del respeto hacia los demás difícilmente podrá trascender su megalomanía y su pedantería y no podrá reconocer la verdadera dimensión de las cosas, comenzando por poner los pies sobre la tierra y reconocerse como un simple ser humano más y dejar de aparentar lo que no se puede ser, es decir, un dios.
Hoy que la principal universidad del estado sufre la enésima crisis de su existencia, refulge en toda su dimensión la calidad de sus dirigentes, acaudillados por quien supuestamente ostenta la rectoría de las decisiones académicas y administrativas. Aunque hay muchos que se rasgan las vestiduras tratando de defender lo indefendible, ha quedado claro que el trasfondo de toda la serie de tropelías co-metidas se resume en un afán por tener el control total del poder y los dineros, aun rebasando cualquier límite de la decencia y la prudencia. Lo anterior no deja de ser sorprendente en una empresa. Sin embargo, en el caso actual, lo aberrante, por sus acciones y consecuencias, es la pobreza intelectual en que quedará sumida la institución, además del descrédito nacional e internacional. Ya lo han dicho varios de los académicos despedidos: no hay lugar para la discusión y la confron-tación de ideas, no hay espacio para la tolerancia y sobre todo no se ha tomado en cuenta las aportaciones de aquellos que realmente trabajan y crean. Y eso, en una universidad, es sinónimo de una muerte anunciada o de una autarquía plena.
Aunque vistas bien las cosas, no hay por qué espantarse, la educación desde hace algún tiempo se ha convertido en un magnífico negocio y así debe ser entendido. De otra forma no se puede explicar el fenómeno de tantas y tantas “univer-sidades” en un espacio tan raquítico, cultural y educativamente hablando, como lo es la ciudad de Puebla. Y en esta clasificación entran todas (en una de esas has-ta las llamadas “públicas”) aquellas fundadas por cualquier persona o grupo de personas que invierten su lana en aras de acrecentar su patrimonio, guardando las apariencias bajo la pretensión de “educar” o “instruir” a las nuevas generaciones, derivando en una mercantilización del saber poco cercana a los verdaderos fines que se buscan con la difusión del conocimiento. De ahí que la definición que el maestro Manjarres le asestó a Pedrito no puede ser más contundente: “mercenario de la educación”, aunque tratando de matizarla diciendo que en eso se está transformando apenas. En realidad ya lo era, nada más que en los asuntos de la cultura.
La historia viene de lejos. Durante su estadía como secretario de Cultura, Pe-drito se dio a la tarea de desmontar lo poco bueno que se había construido con anterioridad. Bajo su “mandato” la secretaría conoció las mismas prácticas que hoy son recurrentes en la UDLA: despidos injustificados, ataques a la dignidad de las personas, traiciones, paranoias inventando complots para tener la excusa perfecta para deshacerse de aquellos que no eran de las simpatías del “dios” (por aquello de que nunca se le veía), concesiones y premios para los súbditos más distinguidos y mucho más, corruptelas incluidas. El resultado de todo eso fue el más triste sexenio cultural de que se tenga memoria, sólo superado por el de su alter ego, actual responsable de la total debacle cultural y quien en realidad era el que mandaba en el sexenio anterior, debido a los constantes viajes del “señor secretario”. Si se revisa la nómina actual de funcionarios, prácticamente todos son de la camada de favorecidos por Pedrito, aquellos que supieron acomodarse a las directrices clásicas de los mediocres: “Haz como que trabajas, lo principal es quedar bien con el jefe”. Total, ni conocimiento, ni experiencia, ni compromiso eran necesarios. Lo importante era y es la simulación.
Entonces, eso de tratar de distinguir entre uno y otro no es más que un juego de máscaras. Son las dos caras de la misma moneda, que desgraciadamente están dando al traste con lo poco decente que pudiera conservarse, en relación a los va-lores culturales de los poblanos. Cuando el año pasado se dio el famoso affair Sanpedro muchos juraban que eran distintos, que no había comparación posible. Hoy la necia realidad nos vuelve a demostrar que nadie puede escapar a lo que se es, por más esfuerzos en lavar una cara que siempre será sucia.