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viernes 4 de mayo de 2007

CINE

La telaraña que asfixió a Drama/Mex

Alfredo Naime

Usted qué pensaría si alguien le dice: “Vi una película, de un director mexicano, cuya estructura narrativa se ocupa de tres historias aparentemente desconectadas, pero que se van cruzando en puntos argumentales clave, de manera que al final te ofrece una sensación de cohesión y unidad. La cámara es siempre nerviosa, en movimiento, en la búsqueda de esas almas perdidas que son sus personajes”. Lo que seguramente pensaría es que esa persona vio algo de Alejandro González Iñárritu que bien pudo haber sido Amores perros o 21 gramos, o en cierto modo hasta Babel. Pero le afirma que no salen ni Gael ni Brad Pitt ni Sean Penn ni Benicio del Toro. ¿Cate Blanchett, Naomi Watts? Ausentes. Más aún: en pantalla fue notorio que no hubo un buen presupuesto detrás de la cinta en cuestión y –hasta donde sabe– el amigo cinéfilo no ha escuchado que el director y su guionista estén en la actualidad peleados. Por fin, ahora recuerda: “Drama/Mex... ¡así se llama!”.

Si en efecto hubiese sido del Negro González Iñárritu, casi seguro la película habría alcanzado varias más y no sólo la rigurosa semana de estreno. Pero Drama/Mex es de Gerardo Naranjo; y al escribir estas líneas ya era un hecho que no alcanzaría ni ocho días más de exhibición, asfixiada por los recursos de la red de distribución y comercialización (no una mera telaraña) de Spider–Man 3, que tan sólo en Cinépolis Angelópolis se agenció cinco salas. Así, para los pocos que la conocimos no debe ser extraño que, al preguntar a alguien si alcanzó a verla, nos conteste: “¿cuál dices...Chafa/Mex?”. Y qué lástima, porque –sin tener la redondez que uno desea en toda obra fílmica– Drama/Mex es una interesante reflexión sobre la búsqueda de amor; sobre la decepción, la frustración y los celos, sentimientos siempre vinculados al dolor. Si algún milagro hace que se la reprograme pronto, no deje de verla. Para entonces, es más que probable que ya habremos visto Spider–Man 3...y en cada una de las salas que la exhiben.

Se hace entonces pertinente la pregunta: ¿qué cabe esperar de Spider–Man 3, que hoy estrena? La tentación es contestar “lo de siempre”: grandes efectos; factura intachable; una sólida producción de línea más que de autor y la espectacularidad por delante. Pero hay que detenerse un poco porque el director es (como desde el inicio, para esta franquicia) Sam Raimi, un nombre respetado en la industria fílmica estadounidense que, curiosamente, antes de las cintas de Spider–Man era vinculado con el cine indie y no con el de los grandes presupuestos de Hollywood. En esa tónica independiente, los cinéfilos recuerdan a Raimi por las tres entregas de El despertar del diablo (Evil dead), de 1981, 1987 y 1992, cintas de culto por el lado del horror de bajo presupuesto, no por ello menos inventivo, efectivo y hasta divertido. El éxito de las dos primeras de esas entregas fue el motor que le consiguió un mucho mejor presupuesto para Darkman (“apellidada” en México El rostro de la venganza), fantasía cuyo imaginativo estilo visual atrajo la atención de esa crítica que hasta entonces lo había visto más bien hacia abajo. Antes de las Spider–Man vinieron, de Sam Raimi, filmes tan recordables como El plan (1998) y Testigo (2000), este último con un elenco de llamar la atención: Cate Blanchett, Keanu Reeves, Hilary Swank, Katie Holmes y Giovanni Ribisi, entre otros. Raimi nunca ha sido, entonces, un destajista cualquiera; es un director importante, por el que hablan la creatividad y originalidad de su obra, mismas que en efecto se dejan ver en su tratamiento del legendario hombre araña, sacándolo de esa rutina hollywoodense cuyos productos, con demasiada frecuencia, membretamos en México como gringadas. Habrá tiempo de ver y de volver a ver Spider–Man 3, para evaluarla. Por lo pronto, y en principio, llega mejor calificada que sus dos antecesoras, que de hecho han resultado atractivas. Ya veremos.