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Puebla > Cultura
viernes 20 de abril de 2007

CINE

¿En serio ya la quitaron?

Alfredo Naime

De las películas que en el último par de semanas han salido de cartelera, las que más debiéramos extrañar son La maldición de la flor dorada, de Zhang Yimou, uno de los más asombrosos espectáculos visuales que he visto en pantalla, y –aunque su anodino título al español disfrazó ante el público todo su potencial interés– Hasta que la boda nos separe (The groomsmen en realidad), de Edward Burns, cuyos principales méritos fueron muy de agradecerse: un poderoso sentimiento de honestidad y un sólido y parejo ensamble actoral. Con gusto dedicaría esta columna a ambos filmes, pero...¿qué caso tiene si ya están fuera de exhibición, al no superar la única y rigurosa semana de estreno? Pero bueno: la lección ya tendría que estar más que aprendida; en las últimas tres semanas sucedió justo lo mismo con Violación de domicilio, de Anthony Minghella; Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood, y Scoop Ño Amor y muerteÑ de Woody Allen, obras merecedoras, las tres, de una atención suficiente como para permanecer entre nosotros al menos durante un mes, pero... (y ojo: a las películas no las retiran por el mero humor de alguien; salen de exhibición cuando el público que las ve durante siete días no alcanza a ser el mínimo establecido para cada sala, según su cupo. Porque, eso sí, cada quien hace con el tiempo y la calidad de sus espacios de ocio, lo que mejor le parezca).

Pero dejo las lamentaciones y paso a algo de lo vigente en cartelera. Quizá lo más destacado es El último rey de Escocia, del mismo Kevin McDonald ganador del Oscar en el año 2000 por su documental Un día de septiembre, a propósito de la masacre de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de 1972. Un juicio sobre El último rey de Escocia no puede ser más que ambivalente. Por un lado, ubica su relato en torno a Idi Amín Dada, presidente de Uganda de 1971 a 1979, gestión marcada por la crueldad y el terror; pero por el otro –y no deja de ser curioso– admite como más bien ficticio el recuento que ofrece de los hechos, complicando pues la posibilidad de una postura ante lo que se ve en pantalla. De hecho, Nicholas Garrigan (James McAvoy), personaje conductor del hilo argumental, nunca existió. No obstante, lo que la película muestra está, por supuesto, en la tónica de todo aquello que los reportes de hace tres décadas denunciaron ante el mundo: Amín Dada eliminó a cientos de miles de personas, de entre los grupos que no comulgaban con sus ideas o que protestaron su barbarie. Pero más allá de lo anterior, el plato fuerte de El último rey de Escocia es la actuación, como Idi Amín, de Forrest Whitaker, que le valió la estatuilla apenas el pasado febrero. El talentoso actor proyecta a su personaje justo así: tan cruel, carismático y atemorizante como dicen que Amín Dada fue. E incluso voy más allá: dudo que El último rey de Escocia resultara el sólido logro que es, con otro actor en vez de Whitaker encarnando al terrible General.

¿Y qué hay de Gol 2: viviendo el sueño? Hace ocho días dije que a priori resultaba un acontecimiento para el aficionado al futbol. Después de verla dos veces, la prueba que no pasa es la del cinéfilo. En aquello en lo que Gol!, su antecesora, era un cuento de hadas, Gol 2 es una telenovela; y en eso en lo que la primera estaba –con naturalidad– al servicio del sueño y del futbol, esta segunda se distrae con subtramas prescindibles (los riesgos de la fama; el encuentro de la madre perdida; la mercadotecnia capaz de avasallar al juego mismo), abordadas para colmo con artificialidad. Será tal vez que el director Jaumé Collet-Serra, siendo catalán, no sintió la obligación de que se viera bien un filme ligado al Real Madrid... de todas formas, Gol 2 sigue sustentada en el magnético universo del futbol, ese que atrae a verla no a críticos de cine ni a intelectuales de la forma, sino a hinchas del más fervorosamente seguido deporte del planeta. Bajo ese rasero, cualquier sesudo análisis fílmico poco viene a cuento. Tórnese pues en un estadio, la sala de cine.