EDITORIAL

NUEVAS CONDICIONES

A la inconformidad social que siguió a los dudosos resultados electorales de los comicios de julio pasado se ha agregado de manera impetuosa una gran preocupación por la escalada de precios desatada desde principios de año, cuya expresión más conocida, pero de ninguna manera única, es el aumento del más de 40 por ciento en el precio de la tortilla.

Las discusiones que se están desarrollando en todos los ámbitos en relación al derrotero previsible de una espiral de precios y las medidas a tomar recuerdan las que eran cotidianas en los 80: cómo compensar la pérdida del poder adquisitivo, cómo detener un fenómeno que podría convertirse en galopante en pocos meses.

Parece muy claro que esta carrera impredecible es resultado de condiciones estructurales en la economía que datan de lustros, pero también del comportamiento de las actuales autoridades federales. Para muchos estudiosos, estamos en presencia de la más importante –y probablemente dramática– manifestación del quiebre del modelo económico de las tres últimas décadas. Otros dicen que es un asunto menor que no expresa más que una “atonía” en el proceso, que es fácilmente corregible con medidas como una mayor apertura de los mercados y controles monetaristas.

Pero ya estamos presenciando el choque de dos viejas concepciones frente a las medidas a tomar: los que preconizan el aumento de salarios como medida para evitar un desplome aun mayor del nivel adquisitivo, mucho más dañino mientras menos capacidad económica se tiene, y quienes hablan de que ello propiciaría una espiral inflacionaria. Pero algo hay más que evidente: hoy no ha sido un incremento salarial el causante de este nuevo proceso inflacionario; de hecho, jamás lo ha sido.