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Puebla > Política
viernes 10 de noviembre de 2006

OPINIÓN

Oaxaca, ¿hasta cuándo la ceguera?

Fernando Fernández Font

Sin duda que las realidades humanas jamás han sido de blanco o negro. Vivimos en un mundo de humanos y nada ni nadie escapa de la ambigüedad que nos envuelve.

En el caso de la intervención de la Policía Federal Preventiva en Oaxaca, ¿dónde está la razón?, ¿cuál es la visión de la realidad que más se acerca a la verdad?, ¿ha sido buena la intervención de la fuerza pública para devolver el orden a la ciudad?, ¿tienen razón los maestros al suspender las clases como único medio para ser escuchados?, ¿es la APPO una organización que manipula al pueblo en función de sus propios intereses?

Sea como sea la respuesta, lo cierto es que no podemos dejar de tomar partido. Consciente o inconscientemente, como fruto de análisis teóricos o de posturas ideológicas por los intereses que se defienden, todos tomamos partido. La cuestión es si en el proceso de elaboración de nuestro juicio dejamos hablar a la realidad o son nuestras conveniencias las que hablan por ella.

Ir al fondo de las cosas, analizar históricamente las situaciones, mirar los contextos globales y las acciones que provocan reacciones, tratando en verdad de lograr un análisis de los hechos que “ahí están”, es totalmente diferente de partir de una hipótesis que se busca confirmar mediante la manipulación de los hechos a fin de que digan lo que nos conviene que digan.

¿Cuántos de nosotros, antes de la explosión del conflicto, habíamos seguido la situación del magisterio oaxaqueño? Para la mayoría de los que hoy emiten juicios, probablemente Oaxaca no era más que un bello destino turístico.

No es posible que una chispa como el reclamo por la rezonificación del magisterio haya prendido una hoguera –que arroja ya un saldo de 14 muertos y varias decenas de encarcelados y heridos–, si no es por una situación previa realmente candente, pero eso es justo lo que no se quiere ver. Cuando se tiene un interés particular por interpretar una realidad, hay hechos que se niegan y otros que se descontextualizan, pues sólo así las hipótesis sesgadas se confirman a favor de nuestros intereses.

Oaxaca ha sido un polvorín desde hace varias décadas. Ha sido presa de caciques priistas, de manipulaciones electorales, de familias poseedoras de los recursos naturales. Acciones todas ellas que han ido sumiendo al pueblo en una de las pobrezas más extremas que existen en el país. Colonias enteras de migrantes aparecen, no sólo en Estados Unidos, sino en muchas partes de nuestro país: en el DF, en Ciudad Netzahualcóyotl, Guadalajara, Tijuana, etcétera.

Las fuerzas públicas intentan restablecer el “orden” en la ciudad de Oaxaca, pero la pregunta verdaderamente radical es: ¿cuál orden? ¿Para qué o para quién se reprime a la población movilizada? Mantener un estado de cosas conviene a un grupo; destruir ese estado o ese aparente orden, sin duda conviene a otros. Estamos muy acostumbrados, como país, a aceptar la situación que se impone, a creer lo que los medios nos dicen, a tragarnos las interpretaciones oficialistas, a mirar con resignación la enorme brecha, cada vez más ancha, entre los que todo tienen y los que a penas si sobreviven.

Por eso, restablecer un orden puede significar el orden del poder, el orden de privilegio para la clase política o para los grandes intereses económicos de unos cuantos. En este caso, se trataría de mantener en orden a ese pueblo que a penas si sobrevive, para que siga aguantando su condición de pobreza extrema, sin chistar.

¿Las fuerzas del orden son para mantener la condición de un personaje siniestro que se empeña en conservar un cargo que no sabe, quiere o puede ejercer? ¿Cómo es posible que no haya una legislación que pueda aplicarse en casos como éstos, en los que el gobernante ya no es capaz de gobernar y de gobernar para la población mayoritariamente golpeada?

Ciertamente la situación del pueblo de Oaxaca, como de tantos otros pueblos de la República, es sumamente grave y complicada. No basta con suprimir los poderes del Estado; aunque, sin duda, por ahí habría que comenzar. Es evidente que eso solamente sería el inicio de una solución sumamente compleja. Y ésa es la parte que levanta una enorme interrogación. ¿Los grandes privilegiados del país están dispuestos a revertir la dinámica de muerte que el neoliberalismo está provocando sobre la inmensa mayoría de nuestro pueblo? El problema de Oaxaca no se va a eliminar reprimiendo a los pobres y conteniendo su pobreza.

No podemos callarnos ante la situación que se está viviendo. Sería hacernos cómplices. Sus gritos nos hablan, mucho más allá de barricadas y bombas molotov, de una angustia que cada vez se acentúa más: es la angustia de la miseria que clama al cielo. El polvorín puede extenderse a otros estados. Cuando la vida se tiene amenazada por el hambre, la enfermedad o la falta de lo indispensable para vivir, dignifica la lucha que lleva a morir de pie. No cerremos los ojos. La respuesta urgente, impostergable, puede llegar cuando ya sea demasiado tarde y no sirva para nada.

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