"Periodismo regional a la medida de su tiempo"

EnviarEnviar Imprimir

Tlaxcala > Cultura
jueves 2 de noviembre de 2006

OPINIÓN

La muerte y otros placeres

Yassir Zárate Méndez

“El miedo, en vida; en muerte, nada”
Oído a una mujer española de Getafe

Crepúsculo

La muerte siempre es una sorpresa. Nunca he visto un cortejo fúnebre con la totalidad de la gente vestida de negro: por aquí y por allá, como un lunar, como una desperdigada mancha cromática, va la gente vestida con colores vivos y hasta chillantes (por eso me dan risa las películas mexicanas que visten de riguroso luto a los personajes cuando hay un muerto). También me da mucha risa aquel lugar común que asegura que los mexicanos nos reímos de la muerte. No hay tal. La irreverencia es una forma velada de miedo, de temor apenas encubierto. “No te alegres de la muerte de uno; acuérdate que todos moriremos”, nos advierte el Eclesiastés.

He oído a más de uno decir que no teme a la muerte, pero confiesa su miedo al dolor. Heráclito ya había anticipado la insensatez de resistirse al ineludible fin: “los necios desean la vejez por miedo a la muerte”, sentencia el filósofo a quien desde la antigüedad se conoce como el Oscuro. Como todo mito, tiene un sustrato de verdad, sustentado en los dolores de la vejez y en los estertores de la agonía. El atardecer de la vida es uno de los momentos más terribles para la conciencia humana. “Piensa constantemente en la muerte para no temerla”, nos recomienda Séneca en De la brevedad de la vida. De estirpe genuinamente estoica, este escritor romano veía en la muerte un refugio en el cual descansaría de las vicisitudes de la vida. Un auténtico (y necesario) placer.

Medianoche

La muerte es un instante incierto, semejante a la penumbra. Biológicamente, es la interrupción de la nutrición celular, lo que acarrea el colapso de todos los sistemas del organismo. Lo emocionante es que en los seres más complejos, como los humanos, la muerte viene programada genéticamente. En otras palabras, nuestras células portan un gen “suicida”, fijando así la duración de su existencia. Una vez terminada la actividad eléctricoquímica del cerebro se puede hablar de muerte, aunque determinar ese fin no siempre es preciso. Los sistemas circulatorios del cerebro y de la médula espinal son independientes y la circulación de la aorta alcanza a irrigar la médula aunque el cerebro esté en estado de anoxia.

Por supuesto ahora es más difícil que ocurra un enterramiento prematuro, tema predilecto de los escritores góticos del siglo XIX (El enterrado vivo, de John Galt es un buen y conciso ejemplo; Edgar Allan Poe lo parodió en un acidísimo artículo, aunque también ensayó una variación del tema en el cuento El entierro prematuro, donde relata las angustias de un cataléptico).

La certeza de la muerte llega con la putrefacción. Se alcanza así la oscuridad plena, absoluta. Aquí el plano biológico se empareja con el antropológico. Qué hacer con el cadáver ha sido un dilema para la psique humana. Ya desde hace 100 mil años los neandertales mostraban un tenue sentido de la mortalidad al enterrar a sus muertos, como se aprecia en los restos hallados en una cueva de Shanidar, Irak. De entonces a la fecha el funeral se ha vuelto más complejo, hasta llegar a la banalidad. Por ejemplo, en Hong Kong es posible planear hasta el más mínimo detalle; agencias funerarias ofrecen auténticos paquetes post mortem, donde se incluye desde el columbario hasta la vestimenta y los acompañantes del cortejo fúnebre, e incluso ¡celulares y tarjetas de crédito para ser incinerados junto con el cuerpo! Todo por unos tres mil euros. Nunca dejamos de causar problemas.

Madrugada

Posterior al tratamiento de los cadáveres, queda la cuestión del culto a los muertos. Si bien no hay pruebas científicas que permitan confirmar una vida ultraterrena, nuestra obsesión por la permanencia nos ha hecho pergeñar las más elaboradas elucubraciones sobre una eventual “vida” después de la vida. “Nada en este mundo es perpetuo”, sostiene David Hume en De la inmortalidad del alma. Sin embargo, abre la puerta a la posibilidad de trascender el plano material para alcanzar una existencia plena con la Unidad.

Este es el argumento que sostiene a la festividad del Día de Muertos: la búsqueda de una vida paralela, y por lo tanto semejante, a la recién dejada. La muerte sólo es un tránsito, un instante para dar paso a una realidad mucho menos agobiante. Los muertos requieren de los vivos para existir.

En tanto somos fruto de una conjunción de pequeños azares, nuestra memoria es frágil y corre el riesgo de ser borrada. Sólo nuestros descendientes más directos nos honrarán. Nadie aquí se acuerda de sus antepasados del siglo XVIII. Y sin embargo existieron, y en estricto respeto de las leyes de la genética, siguen latiendo en nosotros.

EnviarEnviar Imprimir