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Puebla > Salud
viernes 27 de octubre de 2006

EPIDEMIO-LÓGICA

Corticopatía degenerativa por trauma acústico crónico

José Gabriel Ávila-Rivera


El sonido en centros nocturnos, conciertos de rock, carreras de automóviles y aeropuertos, en general supera los 100 decibeles. Cuando visite tales sitios procure salir del ruido al menos una vez cada hora

Mi maestro y amigo Ignacio Hermoso Núñez siempre ha coincidido conmigo (por el mutuo aprecio hacia la música), que dentro de los órganos de los sentidos que valoramos más y que definitivamente nunca desearíamos perder es, precisamente, el oído y la capacidad auditiva.

Aunque no está ubicada dentro de la Clasificación Internacional de Enfermedades, me atrevo a denominar “Corticopatía Degenerativa por Trauma Acústico Crónico” (CDTAC) al problema de alteración en la percepción del sonido debido a la continua exposición al ruido intenso.

La palabra “corticopatía” se refiere a la alteración del Órgano de Corti, llamado así por su descubridor, el anatomista italiano Alfonso Corti, quien en 1851 describió la función determinante de esta porción del oído en la percepción del sonido. Sin caer en detalles anatómicos complejos, hay que imaginar que esta estructura tiene dentro de sus componentes a unas células en forma de pequeños pelos (llamadas células pilosas) que actúan como verdaderos micrófonos minúsculos, que van a generar impulsos eléctricos –también muy pequeños– que transmiten al cerebro señales que nosotros interpretaremos como sonido o como ruido, de acuerdo a las vibraciones que estén en el medio donde nos encontremos.

Como sonido entendemos a la propagación de ondas audibles, cuyas características serán la intensidad, el tono y la duración. Imaginemos, pues al sonido como una percepción armónica. En este sentido, el ruido es todo lo contrario. Múltiples frecuencias “no articuladas” rompen con la armonía sonora, generando impulsos que, dependiendo de la intensidad o duración, pueden llegar a molestar o incluso perjudicar a la salud (aunque en ocasiones, la música más bella lleva en sí un poco de ruido). La medida de intensidad del sonido o ruido se mide bajo una representación “adimensional” denominada decibelio (dB). Esta palabra recibió el nombre en honor a Alexander Graham Bell, inventor del teléfono.

Se habla de “un belio” a la unidad original equivalente a 10 decibelios (1 es el logaritmo decimal de 10). A través de esta medida es como se establecen escalas que comprenden la mínima cantidad de sonido que el oído humano puede percibir y las máximas que puede soportar.

El sonido más débil que un oído sano puede captar es más o menos equivalente a ¡5 mil millones de veces menor que la presión atmosférica normal! (0 dB). Una conversación normal tiene alrededor de 30 dB; una calle con mucho tráfico 80 dB; un martillo neumático, 100 dB, y un avión de turbina 140 dB. Pero la exposición prolongada a sonidos o ruidos que van más allá de los 80 dB pueden generar una lesión en las vellosidades del Órgano de Corti condicionando en primer lugar una enfermedad llamada Hipoacusia (disminución de la capacidad auditiva), cuya complicación más grave, a la larga es la sordera. En una discoteca la cantidad de dB a la que están expuestos los jóvenes es alrededor de 130, lo que representa un grave riesgo de producir enfermedad auditiva. El problema mayor es que en muchas ocasiones la hipoacusia es irreversible.

El volumen de la música en fiestas y centros “de baile” es extremadamente alto por dos razones principales: si el sonido es muy intenso, se distorsiona y entonces se pierde la noción agradable de la música. Por eso, los malísimos grupos musicales y los “pseudocantantes” comerciales ocultan sus notables deficiencias artísticas con altos volúmenes. En segundo lugar, entre mayor es la intensidad del sonido se estimula el sistema nervioso central, generando una necesidad de incrementar la actividad, con un mayor desgaste que a la larga induce un mayor consumo.

En Europa ya hay regulaciones estrictas sobre el control del ruido; sin embargo, en nuestro país prácticamente no se toma en cuenta. Por esta razón considero necesario describir algunos consejos para conservar nuestra capacidad de audición: nunca subir el volumen de la música al máximo, manteniendo el sonido a una intensidad similar a la de una conversación entre dos personas. Evitar escuchar aparatos portátiles más de una hora seguida y hacerlo de preferencia con auriculares grandes, pues los pequeños no dejan salir el sonido, que rebota y daña con mayor intensidad. El sonido en centros nocturnos, conciertos de rock, carreras de automóviles y aeropuertos, en general supera los 100 decibeles. Cuando visite tales sitios procure salir del ruido al menos una vez cada hora. Mantenga como referencia de la intensidad de volumen una conversación entre dos personas en un sitio tranquilo. Utilice tapones en sus oídos ante el riesgo de exposición a ruidos intensos, sobre todo considerando las fiestas actuales. Curiosamente, los tapones de silicón evitan el daño nocivo, y en cambio permiten oír la voz humana.

Estas simples medidas nos ayudarán definitivamente a no formar parte de la nueva generación de jóvenes con hipoacusia que, con el tiempo desgraciadamente quedarán irremediablemente sordos, padeciendo la temible Corticopatía Degenerativa por Trauma Acústico Crónico.

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