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Puebla > Cultura
lunes 15 de mayo de 2006

El municipio de Zacatlán de las manzanas, una precisa cápsula del tiempo

Juan Pablo Ramos Monzón


Este año se contó con la participación de 17 mujeres que vistieron trajes típicos de su comunidad. En la imagen, Delfina López n Foto: Abraham Paredes

El color verde en todas sus tonalidades fue la constante que me acompañó en todo el camino desde la capital del estado de Puebla hasta el municipio de Zacatlán de las manzanas, que está al sur de la región de Ahuazotepec, Huachinango, Chiconcuautla y Ahuacatlán, y al norte de Tetela de Ocampo, Aquixtla y tambiln de Chignahuapan.

Los paisajes boscosos levantados desde la zona de Tlaxco hacen un preludio de la reserva ecológica que es Zacatlán, tierra en la que aún se habla el náhuatl en todas sus regiones, con algunas variantes singulares en cada una de ellas, y que de esa lengua toma su nombre, que en español significa “lugar donde abunda el zacate”.

Luego de dos horas con 45 minutos de viaje en autobus, llegué a la central camionera, que en su fachada principal luce un reloj de casi un metro de diámetro, y más adelente me enteraría que la construcción de éstos es una de las actividades que más proyección dan a este municipio conquistado por los hijos del rey Nopaltzin.

Después de haber dejado la capital con las calles mojadas por la lluvia que la bañó durante la noche anterior a mi partida, me encontré con un pueblo de aire puro, rodeado de montañas y árboles en las lejanías del horizonte, así como entre sus casas.

Mi viaje fue con la intención de presenciar las actividades de la feria Kuayóchitl (corona de flores), de la que en días pasados había escrito en este mismo diario. Ir de la estación de autobuses al zócalo de la ciudad no me llevó más de 10 minutos a pie, lo cual me permitió pasar por el mirador de la Barranca de los Jilgueros, que se extiende en la parte alta de Zacatlán de las manzanas.

Desde ese punto se puede observar la coyuntura de las montañas que resguardan a las 19 comunidades pertenecientes a Zacatlán. Es como estar en un museo, frente a un ejemplar de la naturaleza dibujado por el tiempo desde hace millones de años.

El mirador se localiza a 300 metros del zócalo, y en uno de sus extremos se desliza el agua de la cascada de las Tres Marías. A unos metros de ella se erige un monolito que en su base tiene un grabado natural que data de por lo menos hace un millón de años.

Luego de tomar unas fotografías desde ese punto, continué bajando la ciudad hasta llegar al centro, donde ya se escuchaba la música de un violín y una guitarra, las cuales amenizarían durante toda la tarde los bailables que fueron presentadas como parte de la celebración del Kuayóchitl.

La danza con la que me encontré era la de los charrosvaqueros, un grupo de danzantes vestidos con el traje que regularmente se distingue como el de los mariachis. Más adelante, cuando terminaron su actuación, uno de ellos me explicó el significado de su participación.

Los charrosvaqueros son de Tepetla y viajaron a Zacatlán para agradecer “las bondades que dios les da” y hacer grande la fiesta, que en la noche llegaría a su punto más esperado: la coronación de la reina de las flores. En la celebración aprovecharon para hacer una petición al presidente muncipal para que los apoyara en recursos para poder continuar con la tradición. “Le solicitamos que nos ayude con zapatos”, fueron algunas frases que en ese momento escuché.

También se contó con la participación de los danzantes de San Cristobal Xochimilpa, con trajes multicolor en un baile en el que se hacia referencia a la convivencia del hombre con los animales. Los señores que vestían sus trajes típicos llevaban unos arcos, y en la danza original hay un personaje vestido de payaso que distrae a otro que lleva un disfraz de oso, para que hombres y animales no tengan un enfrentamiento –pero esta vez no pudieron presentarse estos dos personajes. Esto lo explicaron al finalizar su representación ante un público que apreciaba atento desde las sillas colocadas al pie del palacio municipal.

Ahí, entre los espectadores, estaba la profesora Maricarmen Olvera Trejo, directora municipal de Turismo de Zacatlán de las manzanas, impulsora del Kuayóchitl y quien accedió a platicarme de las actividades preparadas para los tres días de fiesta que inciaron el viernes 12 de mayo y que conluyeron ayer.

La mayor parte de los festejos tuvo lugar a través de la danza, en el zócalo del municipio. El domingo se tuvo la presencia de las escoltas de Cuacuila, Xonoxtla (estas dos pertenecientes a la zona sur de Zacatlán), Crustitla y San Cristobal Xochimilpa (de la región norte). Los honores a la bandera, así como el entonamiento del Himno Nacional fueron en náhuatl. “Un momento estremecedor que nos enchinó la piel a todos”, expresó Olvera Trejo.

Para la tarde, después de un receso para que los participantes comieran algo, se llevó a cabo la danza de la petición de mano, un rito que se practica en Cuacuila y que en esta ocasión fue muy vistoso.

Este ritual consiste en representar la atracción de un hombre por una mujer, a quien corteja por medio de un baile; si ella se siente atraída por él, se lo hace saber con una sonrisa. Si esto sucede, él irá a pedirla a su casa, pero no una vez, sino siete veces.

En las sies primeras peticiones del varón a la familia de la posible novia, él les expresa el gusto que tiene por su hija y el interés por casarse con ella. En la séptima vez se da el veredicto. Si es positiva la respuesta, el pretendiente se puede llevar a la novia con todo listo para la fiesta de casamiento.

La danza se realiza en Cuacuila cada vez que alguien se quiere casar, y se invita a toda la población a participar. Este ritual, me contó Maricarmen Olvera, llamó tanto la atención de unos turistas españoles, que regresaron para casarse ahí, fiesta que aún recuerdan los habitantes de dicha población.

En el filo de la tarde, antes de que se ocultara el sol, se hizo la ceremonia donde las representantes de todas las comunidades de la zona, mujeres jóvenes, presentaron sus tradiciones en un acto de promoción cultural.

Este año se contó con la participación de 17 mujeres que vistieron trajes típicos de su comunidad. Cada una se presentó personalmente, para después hablar de la producción de la tierra, el comercio y los lugares turísticos de mayor interés de su comunidad. En ese momento, el templete donde estaban las embajadoras se iluminó con velas blancas que sostenían en sus manos. El público hizo lo propio en signo de respeto a las culturas indígenas.

El arte de medir el tiempo

Una vez escuché decir a una persona que para conocer Zacatlán eran necesarios tres días como mínimo, y lo comprobé en esta rápida visita, donde el tiempo me acosaba. Pero en lugar de competir contra el paso de los segundos, decidí conocerlos en la llamada Casa del Tiempo, el Museo del Reloj de Relojes Olvera, fábrica que desde hace 88 años se ha dedicado a armar los guardatiempos más grandes y vistosos de México. Uno de ellos, único en el mundo, es el que está en el zócalo de Zacatlán, que tiene dos carátulas de 5 metros de diámetro accionadas por un mecanismo central y que toca nueve melodías que son cambiadas cada año.

En el museo ubicado detrás del taller donde construyen los relojes, y por el que se pasa para empezar el recorrido, es posible observar más de 100 ejemplares que van desde relojes de sol, arena y fuego hasta los más extraños, como uno que funciona por medio de balines, que van cayendo uno a uno en canaletas equivalentes a un tiempo determinado, y que con el peso se van recorriendo para así llevar la cuenta de los segundos y minutos.

Tras mi paso por el tiempo medido de variadas formas, empecé mi regreso a la central camionera. Detrás de mí se quedaron decenas de lugares por recorrer con el tiempo preciso que requieren para su apreciación, tan preciso como el arte de los relojes que guardan el tiempo en esta región, donde parece que los segundos y los minutos no han pasado, dejando intacta su naturaleza, y también sus tradiciones.

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