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Puebla > Cultura
viernes 12 de mayo de 2006

OPINIÓN

Maestros

José Gabriel Ávila-Rivera

La palabra maestro proviene del latín magister, y éste de magis, que quiere decir “más”, aunque la palabra parece haber nacido en el siglo X de nuestra era, era aplicada en aquéllos que tenían la capacidad de transmitir los conocimientos esencialmente en las artes, pero en plena época renacentista, el avance en los conocimientos y la extensión del proceso educativo a la física, matemáticas, filosofía y todos los conocimientos que hoy consideramos científicos, condicionó una ramificación, llamando profesores (del latín professororis y éste de profiteri que significa “declarar”) a todos aquellos individuos que no solamente tenían la capacidad de transmitir un conocimiento artístico, sino también una ciencia. Esta palabra surgió en el siglo XV; sin embargo, hoy todavía llegamos a denominar como “maestros” a los individuos que se dedican a algún arte u oficio (maestros albañiles, plomeros, carpinteros, orfebres y demás) y denominamos también maestros a quienes se encargan del proceso educativo a todos los niveles, desde los (hoy tan de moda) centros de educación maternal hasta los grandes institutos de educación superior. Lo cierto es que la labor docente, a pesar de su trascendencia, es menospreciada, al menos en nuestro país.

Nadie recuerda con precisión los nombres completos de todos los profesores que han estado involucrados en la educación individual y en un acto atroz, incluso se menosprecia su trabajo. Pareciera que este fenómeno se ha incrementado con el tiempo, ya que en México, a principios del siglo pasado ya existía una preocupación por la adecuada valoración de los profesores. En 1917 dos diputados (el coronel Benito Ramírez García y el doctor Enrique Viesca Lobatón) presentaron ante el Congreso de la Unión una propuesta para que fuera instituido el Día del Maestro el 15 de mayo. La aprobación se dio el 27 de septiembre del mismo año, siendo presidente de la República Venustiano Carranza. Así, la primera conmemoración del Día del Maestro en México fue el 15 de Mayo de 1918, pero hoy es lamentable, increíble y hasta insoportable que los maestros y profesores vivan cotidianamente la inequidad, la injusticia, el abandono y hasta el desprecio de las autoridades. Yo no puedo concebir que un diputado, un senador (que no “cenador”) o un político gane cantidades de dinero que superan demencialmente los sueldos de los maestros, siendo que precisamente en los políticos predomine la ignorancia, la sandez, la necedad y hasta la payasada (con perdón de los maestros en el arte de hacer reír).

Da vergüenza que tengamos como diputados a individuos de todas las estirpes: boxeadores; futbolistas; mujeres que en plena denigración a la feminidad se exhiben en revistas “para hombres” mostrando orgullosas, cuerpos trabajados en gimnasios y centros de nutrición que nos cuestan un dineral, mientras en lugar de legislar, el país se derrumba en lo económico y social. Individuos irresponsables que no llegan, ya no digamos con puntualidad a sus labores, sino incluso, simplemente se ausentan con la desfachatez de decir que están “trabajando”. Y esto alcanza niveles de inconmensurable estupidez en los candidatos presidenciales, que no solamente llenan de basura las calles con propagandas llenas de cursilería, mostrando sus rostros nauseabundos en una mercadotecnia llena de falsedad, sino que también envenenan los cerebros con promesas, ofrecimientos y palabras que jamás cumplirán por la gran cantidad de compromisos económicos personales y de grupo, que jamás dirigirán la atención al verdadero pueblo.

Víctor Hugo escribió, en un poema de juventud, que tenía tres maestros: un jardín, un viejo sacerdote y su madre. Yo sé que mis mejores profesores en la vida leen esta columna y a ellos se las dedico. No es necesario expresar sus nombres, pues lo saben bien, pero sí debo afirmarles que con su ejemplo no solamente me dieron la posibilidad de enseñar, aprender y sobre todo aprehender el conocimiento. Simplemente me enseñaron a vivir, circunstancia que no tiene cabida en la limitación del lenguaje para expresar un agradecimiento.

Para ellos, con toda mi humildad y admiración, les doy las gracias y obviamente hago extensivos estos sentimientos a todos aquellos que luchan incansablemente por hacernos mejores, y les pido que, a pesar de todo, nunca dejen de seguir siendo como hasta ahora: verdaderos maestros y profesores de la vida.

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