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viernes 20 de enero de 2006 |
Opinión“Nunca hay justicia”Varinia López VargasNunca habrá justicia en el homicidio de un inocente. La reparación del daño que supone el Estado de Derecho mediante el castigo del verdugo es sólo paliativo al dolor de los familiares y amigos de la víctima. Si ésta es, además, una persona conocida por haber llevado en vida una lucha por los derechos humanos, y en el caso abundan las exhibiciones de impunidad arropadas de indolencia oficial, la indignación se convierte en un asunto de moral pública que, en cierta forma, va matando por igual a toda la sociedad. La impotencia de saber libre al verdadero asesino, el dolor de las explicaciones que ofenden el sentido común; la rabia que despierta ante lo que oficialmente se da como una conclusión “pericialmente irrefutable”, pese a la abundancia de hechos y conjeturas lógicas, termina por confirmar la percepción generalizada de que las leyes no valen un carajo. La infamia es tal, que los recuerdos y el empeño de que no se olvide el crimen, con la discreta esperanza de que algún día sea resuelto de otra manera, lleva a mantener vivos los casos fuera de los ámbitos oficiales, para sostenerlos en la memoria colectiva haciéndolos persistir durante años, esperando que la monstruosidad no se vuelva a repetir. Que el tiempo y la historia juzguen lo ocurrido. Tal es el caso del documental Griselda, presentado como tesis de grado el pasado viernes 13 de enero por Byron Lechuga, estudiante de comunicación de la UDLA, quien expone el caso de Griselda Tirado Evangelio, defensora de los derechos humanos e integrante de la Organización Independiente Totonaca (OIT), quien abogó por las comunidades indígenas de la Sierra Norte de nuestro estado, y perdió la vida de un escopetazo en el costado la madrugada del 6 de agosto de 2003, cuando salía de su casa a litigar. Quien o quienes la ultimaron, amparados por la oscuridad de la madrugada, huyeron, y las pocas pruebas que quedaron en el lugar donde feneció fueron borradas ante la “confusión” de los investigadores, el pasar de los curiosos y quienes acudieron al sitio. Ante tales circunstancias, reconstruir de manera clara lo que sucedió no es cosa fácil; sin embargo, el testimonio de quienes protagonizaron y siguieron de cerca el caso resulta clave para intentar armar la historia. Los testimonios de Alfredo Figueroa Fernández, consejero estatal del IFE; Martín Hernández Alcántara, reportero de La Jornada de Oriente; Fernando Cuéllar Muñoz, del Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos Júel Arriaga Navarro; las notas y perfiles de Jorge Cravioto, reportero de econsulta; las declaraciones de Teresa Tirado Evangelio, hermana de Griselda, y de algunos otros, como el ex gobernador Melquiades Morales Flores, el sicario, el juez de la causa, y el presidente municipal de Huehuetla, Víctor Rojas Solano, a quien, en su momento, se señaló como principal sospechoso, forman parte del video que expone distintos matices sobre los hechos, dejando sobre la mesa nuevamente las dudas, la desconfianza, la desesperanza y la impotencia, sentimientos que explotan con un discurso pronunciado en 2005 por el presidente Vicente Fox en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, declarando que en este país no pasa nada malo. Ojalá que historias como ésta no tuvieran que ser contadas, pero sí lo son, como es el caso de Griselda, que sean incansablemente difundidas para que los ciudadanos aprendamos, primero, a no olvidar y, en seguida, a vivir en un ámbito de respeto por los otros. Sólo así podremos iniciar el camino a una sociedad, si no justa, pues no puede haber justicia en la muerte de un inocente, al menos libre de impunidad e indolencia. |
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